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Tus preguntas sobre los Santos

Martyrium: poena capitalis

Martyrium: poena capitalis

Así se llamaba en la antigua Roma a la sentencia de muerte, término que nosotros seguimos empleando en castellano: la pena capital, la pena que exige la cabeza, o dicho de otro modo, la muerte por decapitación. La mayoría de los mártires de la Antigüedad acabaron así el curso de sus tormentos. Los afortunados que gozaban de la ciudadanía romana fueron directamente a ello sin pasar por la tortura. El arte ha acostumbrado a representar este momento en todo tipo de obras a la memoria de los mártires, y precisamente por devoción, libre albedrío o rutina del artista se han cometido errores y malinterpretaciones con la aplicación de esta pena.

En primer lugar, y al menos en lo que concierne en el antiguo Imperio, la decapitación no se realizó jamás mediante espada. La espada romana –llamada gladius- era corta y ligera, pensada para dar estocadas, no para cortar transversalmente, por lo tanto no tenía la contundencia necesaria para desprender la cabeza del tronco. Por tanto, las obras de arte que representan a un o una mártir portando una espada como instrumento de martirio o siendo decapitados con ella, son históricamente incorrectas –y nótese que son la inmensa mayoría-.

La decapitación se realizaba a golpe de hacha. La cabeza del condenado debía reclinarse sobre un soporte de madera –el tajo- y dejar la nuca al descubierto. El golpe se aplicaba en la zona de las vértebras del cuello, y la ley romana permitía un máximo de tres golpes. Aunque evidentemente fue el método de ejecución más rápido que existió hasta el invento de las armas de fuego, no es cierto, como se ha dicho, que fuera indoloro: a partir de ciertos –y muy desagradables- experimentos se ha podido comprobar que la conciencia se mantiene hasta varios segundos después de desprendida la cabeza, un suspiro para el vivo, una eternidad para el que muere. Y naturalmente el dolor se prolongaba si no se acertaba al primer golpe, lo que dependía de la destreza del verdugo y de la no resistencia del condenado.

La veneración cristiana fomentó que muchas veces la cabeza fuera separada del cuerpo y acabara perdiéndose o ésta o aquél. No se puede hacer una lista exhaustiva de todos los mártires que murieron por decapitación, por ser éstos la gran mayoría. Sí cabe destacar el caso de Santa Cecilia, que por su linaje y familia, estaba llamada a sufrir lo mínimo, sin embargo, la torpeza del verdugo hizo que sufriera los tres golpes legales sobre la nuca sin lograr ser decapitada, para luego ser abandonada a una larga agonía por desangramiento, que ningún cuidado pudo evitar.

La inutilidad de las espadas romanas para la decapitación queda de sobra demostrada con el caso de Santa Perpetua, cuya ejecución fue encomendada a un torpe gladiador que se empeñó en decapitarla con su espada. Lo que hizo fue masacrarla golpe tras golpe sin lograr nada más que destrozarle las vértebras del cuello, hasta tal punto que ella acabó dirigiéndole el golpe para que no volviese a fallar.

Cabe destacar a los santos llamados cefalóforos, que acabados de decapitar se levantaban y tomaban su cabeza en manos para ir a buscar un lugar adecuado en el que reposar. Huelga decir que es pura leyenda, como lo es también el caso de Santa Winifred, mártir celta que fue resucitada tras ser decapitada por un pretendiente rechazado por el simple hecho de pegar su cabeza cortada al cuello. Tales leyendas ya eran habituales en el mundo nórdico antes de la llegada del cristianismo, por lo que no extraña que fueran incorporados a las vidas de los santos.

Cabe por último tener en cuenta que el término decapitación se refiere única y exclusivamente a cortar la cabeza separándola completamente del trono. Por tanto, no debe confundirse –como tristemente se hace- ni con la degollación, ni con el apuñalamiento, que ya trataremos en siguientes artículos.

(En la imagen, decapitación de Santa Dorotea, por J. Navas, para el volumen I de El Santo de Cada Día. La única representación realmente fiel que he hallado hasta ahora).

Meldelen

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