La Crucifixión: Christus Triumphans
A inicios de la cultura cristiana, la imagen de Cristo en la cruz no podía ser representada. Era un tema tabú para todos: para los judíos, un escándalo nacional; para los paganos, una locura venerar a alguien muerto cual esclavo; para los cristianos, recordar esa muerte humillante era infame. Siendo además una religión en principio anicónica –no se representaban imágenes antropomorfas-, la figura de Cristo se representaba mediante símbolos como el Crismón (XP, letras griegas de Christus), o una cruz muy esquemática, o zoomorfos como el Cordero de Dios, alusión a la Pascua judía y al himno del Pange Lingua. En esta época de aniconismo destaca únicamente el llamado graffiti del Palatino, que un niño pagano dibujó para burlarse de cun compañero cristiano, donde aparece adorando a un hombre con cabeza de asno clavado en una cruz.
La figura de Cristo como hombre crucificado no aparecerá en el mundo hasta el siglo V de nuestra era, y es una imagen que se contempla en las puertas de la Basílica de Santa Sabina de Roma. Por tanto, todas las imágenes posteriores de santos y mártires que vivieron antes del siglo V que aparecen portando una cruz, u orando ante un crucifijo, son bárbaramente erróneas: si muchos de ellos murieron por no adorar la imagen de un dios ajeno, ¿cómo iban a postrarse ante otra, aunque fuese el suyo? Simplemente no cabía en sus mentes: Dios no era representable, Cristo no era representable, jamás debía caerse en la idolatría.
Pero una vez aparecido el Cristo Crucificado, hasta el siglo XI de nuestra era tendrá un carácter especial y concreto, que llamamos el Christus Triumphans, el Cristo que triunfa sobre la muerte: no un hombre muerto, sino un Dios vivo, de ojos abiertos, cuerpo erguido y desafiante desde el el patíbulo, sin rastros de heridas, ni de cansancio, ni de dolor, engalanado como rey. Podría estar sobre un trono más que sobre un instrumento de tortura, de hecho, la cruz es el trono. Es aquí donde la cruz misma empieza a perder su carácter tenebroso y horrible, y no antes. El Christus Triumphans es fruto de un contexto en que el emperador Constantino eliminó la crucifixión del derecho penal romano, ya no debía ser camino de muerte, sino de gloria. Además, las herejías nestoriana y monofisita estaban en auge, pretendiendo negar el valor de la muerte de Cristo, ya que su naturaleza humana –defendían- fue neutralizada por la divina en el momento de su nacimiento. Este planteamiento negaba el valor de la Pasión, porque si Jesús era divino y no humano, no sufrió dolor físico ni su muerte tuvo ningún coste para Él, y por tanto no era necesaria, no estaba predestinada para salvar a nadie, simplemente sucedió porque sí. Para combatir este planteamiento se lanzó pues la imagen de la Crucifixión, y al final fue ella y su mensaje lo que triunfó: Jesús fue divino, pero también humano, padeció como padecen los humanos y murió como mueren los humanos, y lo hizo por todos los seres humanos, y no fue accidental ni imprevisto, sino que todo estaba predestinado.
El Christus Triumphans nace, pues, en Oriente, para combatir la herejía, y se difunde rápidamente por Occidente, sobreviviendo a la querella iconoclasta. A partir de este momento, la Crucifixión ya nunca desaparecerá del ideario cristiano, simplemente irá cambiando, como veremos en siguientes artículos.
(La imagen corresponde a la Majestad Batlló, una bella pieza del románico catalán que es el perfecto ejemplo de un Cristo triunfante).
Meldelen
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