Martyrium: ¡a los leones!
Probablemente el suplicio más notable y conmovedor de la Antigüedad clásica sea el suplicium ad bestias, que consistía en arrojar los condenados para que fueran devorados por animales salvajes. Pero se han dicho muchas cosas que no son ciertas sobre esto, ya sea por ignorancia o maldad.
En primer lugar, este tipo de ejecución no fue un invento romano, ni siquiera era un espectáculo profano en principio. Formaba parte de ciertos rituales y juegos funerarios en la cultura etrusca, predecesora de Roma, y consistía en una serie de luchas a muerte entre condenados o de éstos con las fieras; pero también luchaban profesionales que se prestaban voluntariamente a ello y que además recibían un salario por esto, siempre que sobrevivieran, claro. Formaba parte de la religión funeraria etrusca. Roma, cautivada por lo exótico y sangriento de estos ritos, los tomó, transformó y adaptó a su mentalidad, convirtiéndolos en el espectáculo profano que no es más familiar. Tales espectáculos tenían lugar en el anfiteatro –y no en el circo, como tienen muchos la manía de decir-, y no se vio a un cristiano en la arena hasta la primera persecución, desatada por Nerón, que tras incendiar Roma no halló mejor chivo expiatorio que aquel nuevo culto al que todos detestaban. Son los Protomártires de Roma.
La variedad de animales, machos y hembras, que participaban en los juegos era abrumadora: felinos salvajes (leones, tigres, leopardos, panteras…) bovinos (toros, uros, búfalos) caninos (perros, lobos, mastines), así como elefantes, rinocerontes, osos, cocodrilos… en fin, una amalgama interminable. Para asegurarse de que iban a atacar cuando estuviesen en la arena, se les retiraba todo alimento días antes del espectáculo y se les maltrataba continuamente. Así, cuando saltaban a la arena estaban absolutamente hambrientos y rabiosos, de modo que, pese a lo que las piadosas leyendas nos dicen, embestían contra todo lo que se les pusiera por delante y lo devoraban brutalmente. Esto tenía que ser así porque los espectáculos eran muy caros y los costeaba el emperador y las familias patricias de su propio bolsillo, por lo que no había lugar a errores. Tras el espectáculo estos animales eran inmediatamente sacrificados, pues al haber comido carne humana se volvían impuros –según la religión pagana- y aún más peligrosos que antes.
Aunque estamos acostumbrados a ver la romántica escena del mártir atado a un poste esperando a la fiera, esto casi nunca se hacía: al público le parecía más divertido ver al condenado correr y gritar tratando de huir, o encarándose a la fiera por ver si podía vencerla. Se vestía a los condenados con pieles y se les rociaba con sangre para volverlos más apetitosos para las fieras. Los juegos eran de una extrema crueldad y el pueblo acostumbraba a llevar a sus hijos al anfiteatro desde muy niños, para que se fortaleciera su carácter con la contemplación de ese espectáculo. Del suplicio se libraban todos los ciudadanos romanos, pero no se respetaba a nadie ni por sexo ni por edad, tan sólo las mujeres embarazadas; pero después del parto igualmente se las arrojaba a las fieras.
Es imposible hacer una lista mínimamente exhaustiva dada la infinidad de mártires que padecieron este vergonzoso suplicio público, pero se puede hacer colocando en primer lugar al animal responsable –es un decir, los responsables son las personas y su inmensa crueldad- de su martirio. Huelga decir que acabado el espectáculo, se remataba a quienes aún seguían con vida.
Oso: Santa Columba de Sens.
Leones: Santas Tecla de Iconio, Blandina (en la imagen), Eufemia de Calcedonia, Rufina de Sevilla, Crescencia, Martina, Donatila, Máxima y Segunda, Gliceria, Taciana, Marcionila, Prisca, Basilia, Ancia, Fortunata y Dominica (Ciríaca), San Ignacio de Antioquía, San Germánico, San Mamés.
Leopardo: Santa Marciana de Cesarea, en África.
Toro, vaca: Santas Tecla de Iconio, Marciana de Cesarea, Blandina, Perpetua y Felicidad de Cartago, San Saturnino.
Cocodrilo: Santa Tecla de Iconio.
Meldelen
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