La Crucifixión: realidad histórica versus ficción piadosa
Con éste se da inicio a una serie de artículos que tratan sobre Jesús crucificado, para los cuales me he basado en la conferencia "Cristo Crucificado como tema visual de la iconografía cristiana", impartida por Rafael Sánchez Millán, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Valencia (España). El objetivo es dar a conocer un poco más sobre este tema tan conocido por la comunidad cristiana, y desechar de una vez algunos mitos relacionados con ello.
La imagen más representada a lo largo de la cultura cristiana es el Cristo Crucificado. Por ejemplo, en España se conocen unos 8112 municipios que tienen de patrono a alguna advocación de Jesús Crucificado. Ello permite hacerse una idea de cuán familiar ha llegado a ser Jesucristo como imagen devocional, representando una narración: la crucifixión. Hasta la llegada del arte gótico (s.XII) estuvieron representados los 4 clavos, luego, al reducirse el tamaño del patíbulo central, pasaron a ser tres. Vale la pena mencionar que el titulus INRI, característico sólo de los crucifijos latinos, expresa tanto el nombre del condenado (Iesus Nazarenus) como el motivo estrictamente político de su ejecución (Rex Iudaeorum).
Sobre el hecho de la crucifixión se ha versado mucho y la piedad ha ido deformando poco a poco la realidad histórica, por lo que cabría regresar a los orígenes del mismo. Jesús, en su proceso de condena y ejecución, no fue considerado como judío por sus compatriotas –como blasfemo, dejaba de ser un hijo de Israel de cara al Sanedrín- y por tanto no podía ser lapidado; pero tampoco era ciudadano romano, luego no podía ser decapitado. Estas dos formas de ejecución eran las consideradas características de cada pueblo; y al no ser Jesús considerado ni de uno ni de otro, fue condenado a la crucifixión: un horrendo método de ejecución inventado por los asirios, y tomado por los romanos de los púnicos, que lo copiaron y adaptaron a su derecho penal como una muerte legal, buena para esclavos y malhechores. Jesús fue flagelado y obligado a cargar el patibulum –tramo horizontal de la cruz- sobre sus hombros hasta el Gólgota, donde le esperaba el patíbulo vertical ya preparado sobre el suelo. La imagen de Jesús cargando con la cruz entera es, pues, falsa. Una vez allí, y según dictaba la ley, fue desnudado, narcotizado y crucificado.
Naturalmente, no tenemos ningún resto corpóreo de Jesús, que según el dogma cristiano resucitó a los tres días y ascendió a los cielos, pero hemos podido comprobar la veracidad histórica con un hallazgo tan bueno como hubiera podido ser el propio Jesús: en el año 1968, en Giv’at ha-Mivtar (Israel), fue hallado el esqueleto de Jehohanan (en la imagen), un varón judío crucificado y contemporáneo de Jesús (ca. 4 a.C - 66 d.C). Fue él quien permitió, a partir del estado de sus huesos, reconstruir una crucifixión verdadera: los clavos jamás atravesaron las palmas de las manos, que se hubiesen desgarrado y desprendido casi enseguida; el cuerpo no estaba extendido en el patíbulo vertical, sino medio sentado sobre la sedecula, un listón de madera colocado entre las piernas (la iconografía ha colocado esta pieza bajo los pies de Cristo, cuando en realidad, estaría bajo las nalgas). Los clavos atravesaban los tobillos lateralmente y estaban reforzados con tablillas de madera, al igual que en las manos. Aunque sentados, la muerte se seguía produciendo igual por asfixia, y más cuando se recurría a la rotura de las piernas para acelerar el proceso.
La comunidad científica y médica estudió a la par que la arqueología los restos de Jehohanan y dio el visto bueno a su autenticidad y absoluta historicidad. Naturalmente, esto es absolutamente aplicable a todos los mártires cristianos crucificados: no hay razón alguna para pensar que tres, cuatro, seis siglos después de Jesús la crucifixión hubiera podido cambiar lo más mínimo, si ya no lo había hecho desde tiempos de los asirios, y más tratándose de una figura del derecho romano. Y además está absolutamente fuera de discusión: hoy día, quien se empeña en negarlo aduciendo piedad o tradición sólo se engaña a sí mismo, pues también ha sido aceptado por la Iglesia con naturalidad, ya que ninguno de estos descubrimientos daña la figura de Jesús o la desmiente, si acaso, permite conocer mejor detalles de su vida que no habríamos tenido otro modo de conocer.
Pese a que la realidad de la crucifixión está ahora, y estuvo en tiempos antiguos, a la vista de todos, se prefirió entonces, y se ha seguido prefiriendo hasta ahora, representar la crucifixión de Jesús en el modo tradicional y acostumbrado. El por qué lo trataremos en el otro artículo.
Meldelen
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