Santa Amonisia (Artemisia) en Scopa
Otro caso de corposanto ciertamente interesante es el de Santa Amonisia, venerada en la ciudad italiana de Scopa. Sus restos fueron extraídos de las catacumbas de Priscila en 1750 y trasladados cinco años después a la iglesia de Val Grande. Fue colocada en la capilla de San Marcos y hasta 1840 sus huesos fueron guardados en una urna de cristal y perfectamente visibles. En 1880, el párroco Giuseppe Canziani, considerando que tal visión hería la sensibilidad de algunos, encargó reconstruir el esqueleto y colocarlo dentro de una figura de cera, que vistieron con una túnica tejida para tal fin por unas muchachas.
Por aquel entonces estalló una violenta polémica, promovida por un grupo masónico local, que tuvo lugar precisamente durante las fiestas dedicadas a la mártir (se la celebra el primer domingo de febrero, especialmente para pedir protección contra las inundaciones). La acusación que los masones lanzaron contra el clero de la parroquia se resumía básicamente en que éstos se estaban aprovechando de la gente, al lanzar un nuevo objeto de superstición, promoviendo el culto público de una santa de la que nada sabían y por la que estaban obteniendo grandes donativos de los fieles. La acusación, en parte, tenía su base: nada sabían de la tal Amonisia, cuyo nombre era inventado, de la que no tenían más que unos pocos huesos, y que en efecto suscitaba un fervor popular rayano en la milagrería y la superstición.
Las protestas anticlericales se fueron sucediendo hasta 1887, cuando el entonces párroco, harto de la impopularidad que se estaba apoderando del culto a la santa, encargó al sacerdote jesuita Antonio Fermua realizar una investigación para esclarecer en lo posible la identidad de aquel esqueleto sin nombre.
El padre Fermua cumplió bien con su trabajo. Investigando y buscando, halló nada menos que la lápida original del lóculo de donde había sido extraída “Amonisia”, y que inexplicablemente se había perdido en aquel momento. La inscripción, que no está completa, reza así:
III (…) NON (…) MAR (…) ARTEMISIA (…) IN PACE
Sorprendentemente, el epitafio revelaba el auténtico nombre de la mujer: Artemisia. Junto a la inscripción medio borradas, los símbolos del monograma constantiniano (el Crismón) y una hoja de palma. También, el vaso con sangre, bien documentado, que ahora se ha colocado junto a la urna. Son los únicos testimonios del martirio de Artemisia, del que nada más se sabe ni se podrá saber.
A partir de esta correcta investigación y desde 1890 el culto local a Santa Amonisia (cuyo nombre oficial, a pesar de no ser el auténtico, no se ha alterado por tradición) ha vuelto a gozar de popularidad y se ha intensificado. En este caso, no deja de ser curioso cómo debemos agradecer a los masones que protestaron, y a los sacerdotes que se molestaron por ello, el que se haya permitido conducir como se debe otro caso más de entre los miles que hay referentes a los mártires de las catacumbas.
Meldelen.
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