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Tus preguntas sobre los Santos

MARTYRIUM

Martyrium: tsurushi

Martyrium: tsurushi

Aunque suene a algo así como sushi, no se trata de un plato típico japonés. A nosotros nos ha llegado con los nombres de forca, fossa u hoya, y es un horrendo método de tortura y ejecución que se empleó durante la persecución del emperador Tokugawa (s.XVII) en Japón y Filipinas, y únicamente ideado para el tormento de los cristianos.

Podemos ver en la imagen en qué consistía: se colgaba a la víctima de un poste cabeza abajo, introduciendo el cuerpo en un hoyo. En ocasiones se añadían piedras colgando de los brazos o del cuello para añadir mayor peso y sufrimiento. La muerte tardaba días en llegar, y se producía por asfixia y por hemorragia intracraneal, es decir, que al estar colgado boca abajo toda la sangre que debía circular libremente por el cuerpo descendía y se encharcaba en el cerebro. Para evitar esto, se hacía una perforación en las sienes para permitir que la sangre se vertiera y liberara un tanto al cráneo de esa presión, pero naturalmente eso acababa implicando la muerte por desangramiento. También era imposible respirar bien boca abajo, y el diagfragma, al descender, comprimía los pulmones. Era considerada la muerte más atroz y dolorosa en aquel momento.

Si la conocemos es porque se trata del suplicio con el que fue ejecutada Santa Magdalena de Nagasaki (en la imagen), agustina recoleta y terciaria dominica, quien permaneció nada menos que 13 días boca abajo en la oscuridad porque se había dado orden de tapiar el hoyo con maderas alrededor de su cuerpo. No llegó ella a morir ni por asfixia ni por hemorragia, sino que debido a unas lluvias torrenciales, se llenó el hoyo con el agua y murió asfixiada por el lodo. También es muy conocido el mártir filipino San Lorenzo Ruiz, quien fue también colgado boca abajo en la fosa y murió a causa de la hemorragia.

Es importante añadir que, si bien los pies estaban atados a la cuerda y uno de los brazos se ataba al cuerpo, el otro se quedaba colgando libremente. Esto se hacía para que el condenado, en el momento en que no pudiese soportarlo más, pudiese alzar la mano y hacer una señal a los verdugos para que lo descolgaran, lo cual implicaba, evidentemente, que estaba dispuesto a apostatar. Si hacía esto, su vida era respetada con todas las garantías. Por ello es notable saber que Magdalena no sucumbió tras trece días, y que Lorenzo fue el último en morir de todos los que fueron colgados con él; eso nos permite hacernos la idea de la fortaleza que tuvieron para ello.

Meldelen

Martyrium: desollamiento

Martyrium: desollamiento

Horrible y contundente, el desollamiento o despellejamiento consiste en desprender la piel del cuerpo, sin la cual no podemos vivir, para que al rato sobrevenga la muerte por hemorragia y asepsis. Esta horrenda y dolorosa forma de muerte –en tanto que mártires cristianos- se ha hecho muy conocida a través de la iconografía de San Bartolomé, apóstol a quien se atribuye esta forma de tormento y muerte (pero que no todas las versiones aceptan).

El desollamiento podía aplicarse por partes (cabeza, manos, pies) o de forma completa: en la Edad Media bastaba con hacer un gran corte en forma de T en la espalda e ir tirando de los bordes del corte para sacar la piel entera, aunque ello ya dependía de la habilidad del verdugo para hacerlo de una sola pieza y causando la menor hemorragia posible. Semejante pena era aplicada por delitos de traición, lesa majestad, o por robar en monasterios e iglesias (la piel arrancada era expuesta en público para escarmiento de todos). Probablemente en la Antigüedad semejante atrocidad no difirió demasiado de esto.

Tenemos apenas dos casos mencionados en cuanto a desollamiento completo, el de Santa Fotina, quien fue despellejada y arrojada a un pozo para dejarla morir, y el de Santa Julita, que lo fue antes de ser decapitada. Despellejamiento por partes, especialmente el cráneo, incluiría a todas las santas que mencioné en el artículo de los cabellos arrancados, porque también es desollamiento.

Esto se realizaba a cuchillo, pero no solamente: existían otros instrumentos que provocaban el desprendimiento de la piel (y de la carne también) que no tenían un efecto completo: los garfios de hierro, las úngulas, las garras de gato, los rastrillos, pinzas de hierro, o a veces simplemente trozos de cerámica rota, tejas o vidrios. Se aplicaban sobre el cuerpo arañándolo y se llevaban por delante piel, trozos de carne y hasta vísceras si se aplicaban sobre el estómago, además de provocar tremendas hemorragias. Fueron atormentadas de este modo las santas Martina (en la imagen), Cándida, Eulalia de Mérida, Teódota, Fausta, Irene de Éfeso, Hermíone, Sebastiana, Zoe de Atalia, Victoria de Córdoba, Parasceve de Iconio, Marta de Astorga, Águeda, Prisca, Dorotea, Marina (Margarita) de Antioquía, Aquilina de Persia, Arquelaide, Cristina, Regina, María la esclava, Rebeca, Teodosia de Tiro, Marcionila, Constanza, Faustina, Bárbara, y muchísimas otras. San Blas también lo fue, por ello se le representa con un peine, lo que le ha valido el patronato sobre los cardadores de lana.

Los ortodoxos tienen gran veneración a una virgen búlgara, Santa Zlata de Maglene (más conocida por ellos como la Neomártir Crisa), quien, secuestrada por un grupo de jóvenes turcos y habiendo rechazado insistentemente casarse con el cabecilla de ellos (lo que hubiera implicado su forzosa conversión al Islam), fue colgada de un árbol y le fueron arrancando la piel a tiras hasta desollarla por completo.

Martyrium: la tortuga

Martyrium: la tortuga

En un alarde del humor negro más atroz, se conocía con este nombre a un horrendo método de ejecución que fue ideado por la Inquisición protestante, durante el cual la persona sentenciada era prensada hasta morir por aplastamiento. Nos es conocido por ser el procedimiento con el que fue ejecutada Santa Margaret Clitherow (en la imagen), una de los 40 Mártires de Inglaterra y Gales, pero por supuesto lo padecieron muchísimas otras personas víctimas de esta Inquisición.

Consistía en colocar a la persona sentenciada desnuda y abierta de brazos y piernas en el suelo, para ser atada por las manos y los pies a cuatro estacas, y tensadas las cuerdas para elevar su cuerpo por encima del suelo. Bajo la espalda se colocaba una piedra puntiaguda y encima del cuerpo una tabla de madera, sobre la cual se iban amontonando tantos pesos como dictara la sentencia. La muerte llegaba, como decíamos, por aplastamiento: las costillas cedían bajo el peso y se hundían, destrozando los órganos internos, mientras la piedra de abajo hacía lo propio con la columna vertebral. Tal muerte no era en absoluto rápida: en el caso de Margaret, que fue aplastada por unos 800 kilos de peso, tardó quince minutos en morir, aunque luego su cadáver fue dejado allí durante seis horas.

Precisamente porque sólo cabeza, brazos y piernas sobresalían de la montaña de tablas y pesos, el condenado recordaba vagamente a una tortuga dentro de su caparazón, de ahí el nombre que recibió esta atrocidad, que se empleó mayoritariamente en los países protestantes. Si a ello añadimos que Margaret estaba embarazada de varios meses cuando fue aplastada hasta morir, podemos hacernos una idea de la crueldad e inhumanidad de las autoridades en aquellos tiempos –no únicamente las protestantes, sino también las católicas-. Ni siquiera los antiguos romanos, cuya crueldad han cantado tantos autores, fueron capaces de semejante bajeza moral, pues sus leyes prohibían terminantemente torturar o ejecutar a una mujer embarazada, hasta que hubiese parido, pues ponían por encima de todo la nueva vida en ciernes. En cambio, las Inquisiciones católica y protestante no vacilaron en torturarlas y ejecutarlas estuviesen embarazadas o no, lo que quizá debería conducir a una reflexión sobre la ancestral crueldad romana, como si ser cruel fuera ligado a ser pagano. Pero ésa es otra historia.

Martyrium: dolor de muelas

Martyrium: dolor de muelas

La dentadura, ese precioso mecanismo para alimentarnos tan útil como frágil, fue también víctima de atroces torturas a lo largo de toda la Historia. Al estar hechos de esmalte, los dientes son más delicados y se rompen con más facilidad que cualquier hueso, no era raro que se recurriese a destrozarlos para causar dolor, y hecho esto el daño era irreparable. Además desfiguraba la belleza de una sonrisa, aunque tampoco vayamos a creer que el mundo antiguo –y el medieval, y el moderno- estaba plagado de boquitas celestiales, la salud y la higiene dental son cosas del siglo XX y no antes, ciertamente.

Los santos que fueron torturados en la boca se invocan para los dolores de muelas y otros males bucales, pero la tradición quiso que esta intercesión se confiara únicamente a una sola Santa, la mártir Apolonia de Alejandría (en la imagen), que en todo caso no deja de ser una figura muy especial por sí sola.

La tradición nos dice que era una virgen de avanzada edad cuando, en el contexto del motín de Alejandría en tiempos de Felipe, fue torturada en la boca y quemada viva. El arte nos ha legado la imagen de diversos rufianes arrancándole los dientes con tenazas, pero sabemos por la carta de Dionisio de Alejandría que esto no fue así. A Santa Apolonia le destrozaron, no sólo los dientes, sino las mandíbulas y la parte inferior de la cara a golpes de piedra, lo cual es más horrible si cabe. Algunas versiones sostienen que ella era diaconisa y que probablemente habría predicado por la tumultosa Alejandría, sede de odios raciales y querellas religiosas, por lo que a juicio de aquellos salvajes, a cada golpe de piedra estarían castigando aquella boca que les había predicado. Otras versiones, menos creíbles, hablan de un juicio y de una sentencia a ser flagelada en la boca, por esto de la predicación, pero realmente estaba prohibido azotar en la cara y antes se sacaba un ojo que se rompía un diente de este modo. El dolor que debió experimentar sólo lo podemos imaginar, y palpar, sabiendo que antes prefirió arrojarse a una pira que exponerse a seguir siendo torturada.

Sin embargo, ella no fue la única mártir que ha padeció este horrendo trato. Así pues, a Santa Devota de Córcega también le rompieron los dientes y la mandíbula, probablemente a puñetazos, como sí que sabemos que hicieron con Santa Dorotea de Capadocia.

Del mismo modo, a Santa Julia de Córcega la abofetearon con tanta violencia que también le rompieron muchísimos dientes.

El padre de Santa Augusta de Serravalle dio orden que le rompieran a su hija los dos dientes delanteros, para destrozar su sonrisa y afearla para siempre. Esperaba así escarmentarla, pero fue en vano.

A Santa Febronia de Nisibe le rompieron diecisiete dientes durante el tormento, antes de que se desmayara. No está claro el cómo, es probable que usaran un cincel y un martillo para ir hundiendo y desprendiendo las piezas dentales como se labra una piedra.

La extracción de los dientes con unas tenazas sí que ocurrió en los casos de Santa Anastasia la Romana y a Santa Caritina. Pero en general este proceder era algo costoso y demasiado sofisticado, por lo que era más fácil recurrir a la violencia pura y dura.

Huelga decir que los dientes, al tener una función en el habla, al romperse, perderse (y pudrirse la boca, digo yo) influía notablemente en la capacidad para expresarse de una persona, lo cual tenía sus serias consecuencias en los procesos judiciales, sobretodo en la Edad Media, cuando no poder responder a las acusaciones por tener la boca destrozada, era como aceptar la culpabilidad.

Meldelen

Martyrium: apuñalamiento

Martyrium: apuñalamiento

Se entiende por apuñalamiento el golpear con un puñal, pero dentro de esta categoría se incluyen los golpes dados por otros instrumentos cortos y afilados, por ejemplo –esta vez sí- la espada. No fue general como método de ejecución en Roma ni tampoco después, normalmente, apuñalar a alguien es resultado de una violencia súbita, brutal y sistemática, más propia del asesinato que de un proceso de sentencia y condena desde las leyes de un Estado. Sin embargo está también considerado como martirio, ya que no importa el género de muerte sino el motivo de la muerte.

En la antigua Roma, cuando se dictaba “la muerte por espada”, se refería a que la persona sentenciada debía morir atravesada por una espada. No tiene nada que ver con la decapitación, como ya aclaramos en el artículo anterior. Y además lo que se solía hacer era atravesar directamente el corazón. Las mártires más conocidas que murieron de este modo son: Santa Justina de Padua, Santa Victoria (en la imagen), Santa Eufemia, Santa Atenea, las 33 compañeras de las Santas Hprisime y Gayanne, las compañeras de Santa Úrsula.

A Santa Anisia la detuvieron unos soldados cuando se dirigía a la asamblea cristiana, y como no quisiera dejar que la tocaran ni le levantaran el velo, uno de ellos le atravesó el estómago con la espada y la dejó morir así.

Otras veces, la espada debía atravesarse en la garganta. Aquí es fácil confundirlo con el degollamiento y de hecho a veces las dos Santas más conocidas que fueron apuñaladas en la garganta, Santa Inés y Santa Lucía, aparecen siendo degolladas.

Como particularidad podría incluirse aquí la muerte por lanza, que actúa también como apuñalamiento, porque se atravesaba a la víctima hasta morir. Fueron atravesadas con lanzas Santa Anatolia, Santa Córdula, Santa Greciniana, Santas Marta y María en Asia Menor.

Pero fuera de la época  antigua y entrando ya en la Edad Media y más allá, encontramos casos particulares de violencia sistemática, que tienen dudosa atribución como martirio, pero que la veneración ha sentado como tal.

Santa Maxellendis: fue una joven francesa que rechazó a su prometido por entrar en un convento. Como no lograra convencerla, en un arranque de ira él la atravesó con su espada.

Beata Camila Gentili Rovellone: mujer piadosa y caritativa que vivió en la Italia del siglo XV y al que su marido, en un arranque de ira contra su paciencia y serenidad, apuñaló en la garganta y en el pecho hasta causarle la muerte.

Santa Teresa Zhang-He: madre de familia en la China de la rebelión boxer, que por no querer adorar a los ídolos, fue apuñalada hasta la muerte con sus dos hijos.

Santa Rosa Fan-Hui: maestra de catequesis en la China de la rebelión boxer, fue víctima de una violencia brutal, siendo apuñalada en la cara y en el cuerpo con espadas y cuchillos.

Santa Lang-Yang: joven madre catecúmena en la China de la rebelión boxer, fue atacada en su propia casa y atada a un árbol, donde la atravesaron repetidamente con una lanza, como aún respirara después de esto la quemaron viva con su hijo de siete años, San Pablo Lang-Fu.

Santa María Goretti: uno de los casos más brutales que se conocen fue el de esta niña campesina italiana, mártir de la pureza, que por rechazar el trato sexual con un joven que vivía en su casa, fue apuñalada un total de 14 veces en pecho, vientre y espalda con un punzón de hierro afilado. Los piadosos relatos que hablan de ella suelen obviar (o desconocen) el hecho de que la destripó por completo, aun así, no murió hasta pasadas 24 horas del horrible suceso, después de sufrir una intervención quirúrgica sin anestesia.

Beata Karolina Kozkówna: mártir de la pureza, por resistirse a una agresión sexual por parte de un soldado ruso en la Polonia de la II Guerra Mundial, fue apuñalada repetidamente en cabeza, piernas, manos, costado y cuello con una bayoneta; y luego abandonada a la muerte por desangramiento.

Los Mártires de Nagasaki, fueron alanceados a la par de crucificados.

Santos Kilián de Zalsburg y Bonifacio de Fulda, fueron atravesados con una espada.

San Adalberto de Praga, alanceado tres veces.

Martyrium: poena capitalis

Martyrium: poena capitalis

Así se llamaba en la antigua Roma a la sentencia de muerte, término que nosotros seguimos empleando en castellano: la pena capital, la pena que exige la cabeza, o dicho de otro modo, la muerte por decapitación. La mayoría de los mártires de la Antigüedad acabaron así el curso de sus tormentos. Los afortunados que gozaban de la ciudadanía romana fueron directamente a ello sin pasar por la tortura. El arte ha acostumbrado a representar este momento en todo tipo de obras a la memoria de los mártires, y precisamente por devoción, libre albedrío o rutina del artista se han cometido errores y malinterpretaciones con la aplicación de esta pena.

En primer lugar, y al menos en lo que concierne en el antiguo Imperio, la decapitación no se realizó jamás mediante espada. La espada romana –llamada gladius- era corta y ligera, pensada para dar estocadas, no para cortar transversalmente, por lo tanto no tenía la contundencia necesaria para desprender la cabeza del tronco. Por tanto, las obras de arte que representan a un o una mártir portando una espada como instrumento de martirio o siendo decapitados con ella, son históricamente incorrectas –y nótese que son la inmensa mayoría-.

La decapitación se realizaba a golpe de hacha. La cabeza del condenado debía reclinarse sobre un soporte de madera –el tajo- y dejar la nuca al descubierto. El golpe se aplicaba en la zona de las vértebras del cuello, y la ley romana permitía un máximo de tres golpes. Aunque evidentemente fue el método de ejecución más rápido que existió hasta el invento de las armas de fuego, no es cierto, como se ha dicho, que fuera indoloro: a partir de ciertos –y muy desagradables- experimentos se ha podido comprobar que la conciencia se mantiene hasta varios segundos después de desprendida la cabeza, un suspiro para el vivo, una eternidad para el que muere. Y naturalmente el dolor se prolongaba si no se acertaba al primer golpe, lo que dependía de la destreza del verdugo y de la no resistencia del condenado.

La veneración cristiana fomentó que muchas veces la cabeza fuera separada del cuerpo y acabara perdiéndose o ésta o aquél. No se puede hacer una lista exhaustiva de todos los mártires que murieron por decapitación, por ser éstos la gran mayoría. Sí cabe destacar el caso de Santa Cecilia, que por su linaje y familia, estaba llamada a sufrir lo mínimo, sin embargo, la torpeza del verdugo hizo que sufriera los tres golpes legales sobre la nuca sin lograr ser decapitada, para luego ser abandonada a una larga agonía por desangramiento, que ningún cuidado pudo evitar.

La inutilidad de las espadas romanas para la decapitación queda de sobra demostrada con el caso de Santa Perpetua, cuya ejecución fue encomendada a un torpe gladiador que se empeñó en decapitarla con su espada. Lo que hizo fue masacrarla golpe tras golpe sin lograr nada más que destrozarle las vértebras del cuello, hasta tal punto que ella acabó dirigiéndole el golpe para que no volviese a fallar.

Cabe destacar a los santos llamados cefalóforos, que acabados de decapitar se levantaban y tomaban su cabeza en manos para ir a buscar un lugar adecuado en el que reposar. Huelga decir que es pura leyenda, como lo es también el caso de Santa Winifred, mártir celta que fue resucitada tras ser decapitada por un pretendiente rechazado por el simple hecho de pegar su cabeza cortada al cuello. Tales leyendas ya eran habituales en el mundo nórdico antes de la llegada del cristianismo, por lo que no extraña que fueran incorporados a las vidas de los santos.

Cabe por último tener en cuenta que el término decapitación se refiere única y exclusivamente a cortar la cabeza separándola completamente del trono. Por tanto, no debe confundirse –como tristemente se hace- ni con la degollación, ni con el apuñalamiento, que ya trataremos en siguientes artículos.

(En la imagen, decapitación de Santa Dorotea, por J. Navas, para el volumen I de El Santo de Cada Día. La única representación realmente fiel que he hallado hasta ahora).

Meldelen

Martyrium: arrastre

Martyrium: arrastre

Otra atroz forma de tormento y castigo era arrastrar a una persona por el suelo, atada a carros, colas de caballos, bueyes o asnos, y llevarla así por campo y ciudad hasta que se agotara la sed de violencia de quien solía concebir estos horrores. El cuerpo, que estaba desnudo y podía ir boca arriba o boca abajo, sujeto por manos, pies o cabellos, quedaba muy pronto lacerado y destrozado por la fricción violenta contra el suelo y el impacto contra piedras, esquinas o superficies duras. No se solía sobrevivir a ello, ya que constituía una auténtica carnicería, y el que salía de ello era inmediatamente rematado. Sucedió mas con frecuencia en el contexto de motines o linchamientos anticristianos.

Santa Quinta: (en la imagen) noble matrona alejandrina, que llevada por la fuerza a sacrificar y negándose a ello, fue atada a un caballo y arrastrada hasta destrozarla por las calles de Alejandría en Egipto. Como al final del recorrido aún respiraba, la remataron a pedradas.

Santa Bárbara:
arrastrada primero por su padre y esclavos, fue luego perseguida y azotada por las calles de Nicomedia, en cuanto caía al suelo era arrastrada y golpeada hasta que se levantaba.

Santa Engracia: fue arrastrada por las calles de Zaragoza atada a las colas de dos caballos. El cuerpo quedó muy malherido pero se dio orden de detener aquella carnicería a tiempo para proseguir luego con diferentes tormentos.

Santas Justa y Rufina: las ataron por los brazos a la parte trasera del carro del gobernador y arrastradas así por la pedregosa Sierra Morena. Llevaban ya los pies destrozados por una previa exungulación y se desplomaron pronto, no pudiendo hacer el camino de retorno, por lo que las cargó el magistrado en su carro.

Santa Lucía: la tradición dice que se quiso conducirla a un lupanar para forzarla a la prostitución, pero que al no lograr moverla del sitio donde estaba le ataron varias cuerdas a diversos hombres fornidos y yuntas de bueyes, que tironearon para tratar de arrastrarla, lo que fue en vano.

En las supuestas revelaciones privadas que Santa Filomena hizo a una religiosa italiana, la mártir comentó que Diocleciano la había hecho arrastrar por las calles de Roma y que si sobrevivió a ello fue porque de noche fue sanada por ángeles en su celda, donde la habían arrojado para dejarla morir; pero como con todo lo que se relaciona con esta santa, ni es creíble ni vale la pena afirmarlo con rotundidad.

Respecto a santos varones, cabe destacar a San Saturnino de Tolosa, que fue atado a los pies de un toro furioso y arrastrado, de modo que se reventó el cráneo al golpearse contra unos escalones y murió enseguida. Esto probablemente se daría en más de un caso.

Meldelen

San Hermes, San Alejandro.

Martyrium: por los pelos

Martyrium: por los pelos

En el cuero cabelludo –es decir, la piel que recubre nuestro cráneo, de la cual brotan nuestros cabellos- hay muchos vasos sanguíneos y terminaciones nerviosas, por lo que es una zona que, herida, sangra abundantemente y se percibe gran dolor. Un simple tirón de cabellos basta para hacernos saltar las lágrimas, por lo que –tristemente- no debe extrañarnos que fuera desde antiguo contemplado como un lugar en el que recibir tortura. Especialmente las mujeres, quienes, siguiendo los cánones de belleza más ancestrales, siempre llevaban la cabellera larga como el más bello símbolo de feminidad. Fue frecuente, para castigar a una prisionera, colgarla de los cabellos para que el peso muerto del cuerpo colgante recayera en el cuero cabelludo, causando un sufrimiento difícil de imaginar. Fue frecuente, también –y esto ha durado hasta la actualidad- afeitarles el cráneo a las mujeres para despojarlas de su feminidad y humillarlas públicamente. Como ya he dicho, el cráneo rapado se atormentaba de muchas formas, siendo despellejado, quemado, atravesado con clavos o coronado de espinas.  A veces se arrancaba el cabello con piel incluida, práctica atroz y cruel que también padecieron algunos varones, especialmente cautivos celtas y otros pueblos no romanos donde los varones también lucían larga cabellera. Todos los que han padecido este tormento se invocan para la pérdida del cabello.

Santa Fausta: le fue afeitada la cabeza para su pública humillación.

Santa Sinforosa:
la colgaron de los cabellos frente a un templo para ser objeto de burla de todos los transeúntes.

Santa Zoe de Roma: (en la imagen) fue colgada por los cabellos a un árbol y encendida una hoguera bajo sus pies.

Santas Justa y Rufina:
fueron colgadas por los cabellos al techo de su celda y flageladas hasta que perdieron el conocimiento.

Santa Juliana de Nicomedia:
estuvo colgada de los cabellos mientras le arrojaban aceite y pez hirviendo sobre el cuerpo.

Santa Julia: también estuvo colgando del cabello mientras le arrancaban los pechos con tenazas. A veces también se representa así a Santa Águeda.

Santa Bárbara: es la santa asociada por excelencia a los tirones de cabello, porque al saber su padre que se había convertido al cristianismo, la golpeó y arrastró por el suelo cogida de los cabellos, de modo que siempre aparece así en la iconografía, también los verdugos, mientras la torturan, le están tirando del cabello.

Santa Eufemia:
estuvo colgada por los cabellos al techo de su celda una noche entera, medida que se tomó para ver si el dolor la hacía ceder al sacrificio pagano, cosa que fue en vano.

Santa Gudelia: le arrancaron el cuero cabelludo hasta despellejarle el cráneo por completo, para ser luego coronada con espinas.

Santa Teonila: de avanzada edad, reprochó al juez que le hiciera afeitar la cabeza para humillarla, siendo a continuación también coronada con espinas.

Santa Caritina: le afeitaron la cabeza y le quemaron cráneo con carbones encendidos.

Santa Cristina: le raparon la cabeza también y luego fue expuesta al público calva y desnuda, que no obstante se compadeció de ella, especialmente las mujeres.

En las pinturas y representaciones de decapitaciones de las Santas, es frecuente ver al verdugo asiendo a la mártir por la cabellera antes de descargar el golpe. En realidad esto no se hacía así –ya se explicará en otro artículo concretamente- sino que es un símbolo del dominio masculino y la fuerza bruta de un verdugo frente a la delicadeza e inocencia de la víctima, contraste hoy en día un tanto sexista, pero que en tiempos pasados fue considerado edificante e instructivo acerca de las virtudes de la mártir representada, ideal de sometimiento, aceptación y resignación ante el tormento y la muerte.

Meldelen