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Tus preguntas sobre los Santos

MARTYRIUM

Martyrium: violación y humillación pública

Martyrium: violación y humillación pública

Uno de los componentes de toda tortura es la humillación, que por ser psicológico y no físico el daño que produce, se tiende a minusvalorar. Sin embargo basta un esfuerzo para ponerse en la piel del otro para imaginar el horror y la vergüenza de semejante procedimiento, que es patrimonio de todas las culturas y de todos los tiempos. Las torturas se ejecutaban en público y dada la desnudez de la víctima, ello era ya bastante humillante de por sí, pero a menudo las mujeres eran las más afectadas. La exhibición de la víctima desnuda era algo que se hizo cin frecuencia y se hacía con hombre, mujeres, ancianos y niños, invariablemente, que recibían el insulto y la burla de la multitud. Se los paseaba por las calles y se les exhibía en sitios públicos a tal efecto. Pero no era lo peor, ya que todos ellos estaban expuestos, en cualquier momento, y especialmente las mujeres, a ser víctima de una agresión sexual.

De esto no hablan las fuentes cristianas por pudor y piedad, pero existía una ley en Roma, tan antigua que procedía de los legendarios tiempos de la monarquía, según la cual una virgen no podía padecer ni tortura ni muerte. Violar esta ley era un sacrilegio tal, que no se conoce momento en que fuera inflingida. La virgen, ser puro e inmaculado, era un regalo de los dioses, y lo que viene de los dioses ni se ofende ni se destruye. Por eso, hecha la ley, se hizo la trampa; y para no obstaculizar procesos de condenas y ejecuciones que implicaban a mujeres vírgenes, se las violaba antes de proceder a la tortura o a la ejecución, porque ninguna ley prohibía ejercer ese tipo de violencia contra ellas –en todo el mundo antiguo, el único Estado que contempló la violación como delito fue el Egipto faraónico- . Esto significa que la inmensa mayoría de aquellas que veneramos como vírgenes y mártires, con toda seguridad ya no eran lo primero en el momento de su suplicio y/o ejecución. Conscientes de la dureza y el horror que asumir esto implicaba, los hagiógrafos inventaron mil prodigios que protegían la castidad de las casadas y la virginidad de las solteras, para edificar al lector y convencerle de que el poder de Dios velaba sobre sus fieles. Tristemente, la realidad era otra.

Algunos relatos mencionan el traslado de algunas mujeres a burdeles, donde se las forzaba a ejercer la prostitución, esto no era más que otro modo de solventar esta cuestión. Pero no es cierto, como se ha dicho, que fuera un castigo únicamente reservado a las cristianas, como tampoco es cierto que a ellas esto las horrorizara más que a las paganas; este proceder inhumano se aplicaba a las condenadas vírgenes profesaran la religión que profesaran, y naturalmente es injusto pensar que para una pagana fuera menos horrible que para una cristiana.

No se puede hacer una lista exhaustiva de las mártires agredidas de este modo, que en la Roma imperial serían prácticamente todas, pero podemos hablar de aquellas que las actas sí mencionan explícitamente este procedimiento contra ellas. En primer lugar, las que fueron forzadas a la prostitución en un burdel:

Santa Inés (en la imagen)

Santa Águeda
Santa Lucía
Santa Daría
Santa Teodora de Alejandría


Las que fueron exhibidas desnudas ante la multitud o paseadas así por las calles:

Santas Basilisa y Anastasia
Santa Bárbara
Santa Inés
Santas Perpetua y Felicidad
Santa Sinclética y sus dos hijas
Santa Irene de Tesalónica
Santa Eulalia de Mérida
Santa Sinforosa
Santa Blandina

Santa Episteme
Santa Teodosia de Constantinopla
(mártir de los iconoclastas, en el Bizancio medieval)
Santa Cristina de Bolsena
Santa Teonila
Santas Ágape, Quione e Irene.

Los Santos mártires de Tiro (no se conservan los nombres), que fueron expuestos desnudos a las fieras con los cuerpos azotados previamente y  finalmente fueron degollados. 20 de febrero.

Las que murieron defendiéndose de un intento de violación, -o se suicidaron para evitarlo-, no se limitan tan sólo a la Edad Antigua, haciendo notar que la crueldad de este método va más allá de Roma:

Santa Eutalia
Santa Dula
Santa Eufrasia de Nicomedia
Santas Domnina y sus hijas Verónica y Proscudia
Santa Pelagia de Antioquía
Santa Irene de Tesalónica
Santa Saturnina de Arrás
Santa Belina de Landreville
Santa Tomaide de Egipto
Santa Solange
Santa Úrsula y compañeras
Santa Sofía de Fermo
Santa Laura de Constantinopla y compañeras trinitarias mártires.

Mención aparte merecerían las llamadas mártires de la pureza, que son básicamente lo mismo, mujeres que murieron violentamente en defensa de su integridad física, o porque rechazaron propuestas de tipo sexual; pero se trata de un término acuñado en el siglo XX y por tanto se limitaría a las mártires de este siglo:

Santa María Goretti
Beata Pierina Morosini
Beata Antonia Mesina
Beata Albertina Berkenbrock
Beata Teresa Bracco
Beata Lindalva Justo de Oliveira
Beata Karolina Kozkówna
Beata María Clementina Anwarite Nengapeta
Sierva de Dios Josefina Vilaseca
Sierva de Dios Concetta Lombardo
Sierva de Dios Santa Scorese
Sierva de Dios Marisa Porcellana
Sierva de Dios María Vieira
Sierva de Dios Angelina Zampieri
Sierva de Dios Marisa Morini
Sierva de Dios María de la Luz Cirenea Camacho González
Sierva de Dios María de San José Parrá Flores
Sierva de Dios Coleta Meléndez Torres
Sierva de Dios Elena Spirgevidutè
Sierva de Dios Anna Kolesarova
Sierva de Dios Bodi María Magdolna
Sierva de Dios Verónica Antal
Sierva de Dios Isabella Cristina Mrad Campos
Sierva de Dios María Israel Bogotá Baquero
Sierva de Dios Bárbara Umiastauskaite


El hecho de que la agresión sexual a la mujer vaya más allá de la Antigüedad y de un sistema cruel y machista, que se prolonga hasta nuestros días en un mundo considerado moderno, igualitario y libre, debería hacernos reflexionar. Por otra parte, todas y cada una de estas santas, beatas y siervas puede ser -y suele ser- invocada en situaciones semejantes.

Meldelen

A las mártires por la defensa de su castidad, hay que añadirle, en justicia a algunos varones, a los que raramente se les da este título y son: San Pelayo de Córdoba (26 de junio), adolescente mártir que se negó a complacer al sultán. Y los más conocidos: San Carlos Lwanga y sus 12 compañeros mártires (3 de junio). Carlos rechazó de plano las insinuaciones homosexuales del soberano, que había vuelto al paganismo, lo que le valió un atroz martirio. Aunque a estos chicos les diferencia de las chicas que no murieron en una violación, su acto de valentía es el mismo. Por cierto, San Carlos era de Uganda, único país africano donde menos sida hay, porque retrocede y, por cierto, donde menos preservartivos se venden.

Y yo, añado, la curiosidad de la humillación pública (hoy no lo sería tanto, según andamos) a la que fueron sometidos los santos Sergio y Baco: fueron paseados vestidos de mujer antes de ser martirizados.

Ramón

Martyrium: ¡a los leones!

Martyrium: ¡a los leones!

Probablemente el suplicio más notable y conmovedor de la Antigüedad clásica sea el suplicium ad bestias, que consistía en arrojar los condenados para que fueran devorados por animales salvajes. Pero se han dicho muchas cosas que no son ciertas sobre esto, ya sea por ignorancia o maldad.

En primer lugar, este tipo de ejecución no fue un invento romano, ni siquiera era un espectáculo profano en principio. Formaba parte de ciertos rituales y juegos funerarios en la cultura etrusca, predecesora de Roma, y consistía en una serie de luchas a muerte entre condenados o de éstos con las fieras; pero también luchaban profesionales que se prestaban voluntariamente a ello y que además recibían un salario por esto, siempre que sobrevivieran, claro. Formaba parte de la religión funeraria etrusca. Roma, cautivada por lo exótico y sangriento de estos ritos, los tomó, transformó y adaptó a su mentalidad, convirtiéndolos en el espectáculo profano que no es más familiar. Tales espectáculos tenían lugar en el anfiteatro –y no en el circo, como tienen muchos la manía de decir-, y no se vio a un cristiano en la arena hasta la primera persecución, desatada por Nerón, que tras incendiar Roma no halló mejor chivo expiatorio que aquel nuevo culto al que todos detestaban. Son los Protomártires de Roma.

La variedad de animales, machos y hembras, que participaban en los juegos era abrumadora: felinos salvajes (leones, tigres, leopardos, panteras…) bovinos (toros, uros, búfalos) caninos (perros, lobos, mastines), así como elefantes, rinocerontes, osos, cocodrilos… en fin, una amalgama interminable. Para asegurarse de que iban a atacar cuando estuviesen en la arena, se les retiraba todo alimento días antes del espectáculo y se les maltrataba continuamente. Así, cuando saltaban a la arena estaban absolutamente hambrientos y rabiosos, de modo que, pese a lo que las piadosas leyendas nos dicen, embestían contra todo lo que se les pusiera por delante y lo devoraban brutalmente. Esto tenía que ser así porque los espectáculos eran muy caros y los costeaba el emperador y las familias patricias de su propio bolsillo, por lo que no había lugar a errores. Tras el espectáculo estos animales eran inmediatamente sacrificados, pues al haber comido carne humana se volvían impuros –según la religión pagana- y aún más peligrosos que antes.

Aunque estamos acostumbrados a ver la romántica escena del mártir atado a un poste esperando a la fiera, esto casi nunca se hacía: al público le parecía más divertido ver al condenado correr y gritar tratando de huir, o encarándose a la fiera por ver si podía vencerla. Se vestía a los condenados con pieles y se les rociaba con sangre para volverlos más apetitosos para las fieras. Los juegos eran de una extrema crueldad y el pueblo acostumbraba a llevar a sus hijos al anfiteatro desde muy niños, para que se fortaleciera su carácter con la contemplación de ese espectáculo. Del suplicio se libraban todos los ciudadanos romanos, pero no se respetaba a nadie ni por sexo ni por edad, tan sólo las mujeres embarazadas; pero después del parto igualmente se las arrojaba a las fieras.

Es imposible hacer una lista mínimamente exhaustiva dada la infinidad de mártires que padecieron este vergonzoso suplicio público, pero se puede hacer colocando en primer lugar al animal responsable –es un decir, los responsables son las personas y su inmensa crueldad- de su martirio. Huelga decir que acabado el espectáculo, se remataba a quienes aún seguían con vida.

Oso: Santa Columba de Sens.

Leones: Santas Tecla de Iconio, Blandina (en la imagen), Eufemia de Calcedonia, Rufina de Sevilla, Crescencia, Martina, Donatila, Máxima y Segunda, Gliceria, Taciana, Marcionila, Prisca, Basilia, Ancia, Fortunata y Dominica (Ciríaca), San Ignacio de Antioquía, San Germánico, San Mamés.

Leopardo: Santa Marciana de Cesarea, en África.

Toro, vaca: Santas Tecla de Iconio, Marciana de Cesarea, Blandina, Perpetua y Felicidad de Cartago, San Saturnino.

Cocodrilo: Santa Tecla de Iconio.

Meldelen

Martyrium: ahogamiento

Martyrium: ahogamiento

En artículos anteriores hablábamos de la importancia del fuego en la religión como elemento purificador. Existe otro elemento que tiene idéntico valor, el agua; pero mientras el agua dulce precisa una serie de ritos para volverla sagrada, el agua salada lo era por naturaleza: así lo entendían los antiguos. Del mismo modo que se quemaba a los sacrílegos, también se les arrojaba al mar, cuya agua salada los purificaría de su ofensa a la divinidad. Tal cosa se hacía con los cristianos, con una doble maldición añadida: el cuerpo insepulto no dejaba a su alma reposar en paz –según la religión pagana- y tampoco podía ser venerado por la comunidad cristiana, a menos que se recuperara, cosa que siempre entrañaba sus riesgos.

Al sentenciado se le ataba un peso al cuerpo, casi siempre un pedrusco mal labrado –no es sensato pensar que se recurriera sistemáticamente a ruedas de molino y anclas, que eran más útiles en molinos y barcos- y se le hundía en el mar. Pocas veces se dan casos de recurrir a ríos o lagos, porque el agua dulce era mejor reservarla para personas, animales y cultivos; y naturalmente arrojar un cuerpo a ella implicaba contaminación.

Podemos dividir a las mártires entre las que fueron arrojadas al mar como sentencia final, y perecieron ahogadas; y aquellas que siendo ya cadáveres fueron sumergidas con la intención de hacer desaparecer sus restos.

Santa Cristina de Bolsena: la leyenda nos dice que por orden de su padre fue arrojada al lago Bolsena con una rueda de molino como peso. Como suele suceder en estos relatos, es inmediatamente rescatada por una cohorte de ángeles.

Santa Áurea: fue ahogada en el puerto de Ostia, pero al poco la marea devolvió su cadáver a la orilla, siendo inmediatamente rescatado.

Santa Teodosia de Tiro: ahogada en el mar, sus restos se perdieron.

Santa Beatriz: su cuerpo fue arrojado al Tíber, algunas versiones afirman que la ahogaron y otras que ya había sido estrangulada antes de ello.

Santa Honorina: arrojado su cadáver al Loira, lograron recuperarlo.

Santa Juana de Arco: las cenizas y huesos calcinados fueron a parar al Sena a su paso por Rouen, y se perdieron irremediablemente. Cualquier reliquia que digan que es de ella es pues, rotundamente falsa 1.

Las siete vírgenes de Amisus: Tecusa, Claudia, Matrona, Juliana, Alejandra, Claudia y Eufrasia, fueron ahogadas en un lago. Recuperó sus cuerpos Teotecno, sobrino de Tecusa y les dio honrosa sepultura, siendo luego martirizado por ello.

Santas Domnina, Verónica y Proscudia: madre e hijas respectivamente, prefirieron arrojarse a un rápido torrente antes que ser violadas por los soldados que las habían capturado. La corriente las arrastró y se ahogaron.

Santas Domnina y Teonila: el presidente Lisias, encargado de su proceso, tras hacerlas morir entre torturas dispuso que sus cuerpos fuesen metidos en sacos y hundidos en el mar. Sólo las conocemos por este relato.

Santa Sinforosa (en la imagen): tras varios tormentos, fue arrojada el Tíber en presencia de sus siete hijos, donde pereció ahogada. Su cuerpo fue rescatado después y enterrado.

Santas Rufina y Segunda: arrojadas al río con pesos, por un milagro éstos flotaron y pudieron salir por su propio pie.

Santa Helena de Sínope: su cadáver destrozado fue metido en un saco y tirado en alta mar, pero al verlo flotar otro navío, fue recogido y devuelto a tierra.

No incluimos aquí a Santa Filomena, tradicionalmente asociada a la iconografía del ancla, porque su historia, como ya hemos dicho, es resultado de la mala interpretación de este símbolo en su lápida, que en realidad alude a la cristiana virtud de la esperanza. Por este mismo motivo tampoco incluimos a Santa Caritosa, mártir de las catacumbas venerada en Bronte.

Entre los mártires, destacan San Silvestre (con ancla), San Juan Nepomuceno (en pleno siglo XIV), San Florián, San Vicente mártir (ambos con rueda de molino) y San Julián de Anarzaba (en un saco con un perro y serpientes)

Como excepción mencionaremos a dos valientes mujeres escocesas, la joven Margaret Wilson y la anciana Margaret McLachlan, protestantes presbiterianas, que por no acatar el juramento de obediencia al rey inglés como cabeza de la Iglesia –que además las forzaba abjurar del presbiterianismo y adoptar el anglicanismo-, fueron salvajemente ahogadas en el mar. Sin embargo es importante tener claro que no eran católicas, y por tanto, aunque han sido homenajeadas como mártires por sus correligionarios, no se cuentan entre el número de los Santos, al no haber veneración de éstos en el protestantismo, pero no son menos mártires.

Meldelen

1 Hoy se sabe que eran de un gato, cosa lógica, pues en algunos sitios se arrojaba un gato a las hogueras de los condenados.

Martyrium: Asaeteamiento

Martyrium: Asaeteamiento

Esta palabra, en principio tan compleja, define simplemente el acto de herir o matar a alguien disparándole con un arco. En principio no era un método de ejecución en Roma, parece que se trataba de uno de los castigos aplicados a los soldados indisciplinados o rebeldes en el ejército. Era frecuente usar, pues, al desobediente como diana para que los arqueros hicieses sus prácticas de tiro. Era una agonía lenta y muy dolorosa, ya que rara vez se tiraba a matar, y se podía sobrevivir si no se hería algún órgano vital y se propiciaban inmediatamente cuidados médicos (caso del mártir San Sebastián).

Con todo, parece que en algunos casos las dianas fueron cristianos que se negaban a obedecer el edicto imperial de sacrificio a las divinidades paganas. Otras veces parece, sin embargo, que fueron abatidos mientras huían, lógicamente la única arma que alcanza un blanco en huida es el arco, y en ocasiones la lanza. La muerte se producía, obviamente, por hemorragia –más interna que externa-, pero por más que se alargase la agonía no solían esperar hasta el final, sino que a una orden del superior se remataba por flechazo en el corazón. Muchas veces, si el ajusticiado era soldado, se le encomendaba la horrible tarea de supliciarlo a sus compañeros de tropa, de modo que servía de escarmiento público.

Normalmente las mártires que han padecido este suplicio suelen llevar una o varias flechas en la mano, a sus pies o la llevan atravesadas en el cuello o en el pecho. Son:

Santa Cristina de Bolsena: el asaeteamiento fue su suplicio final. Hubo especial ensañamiento con ella, pues le atravesaron el abdomen con diversos tiros antes de rematarla.

Santa Irene de Tesalónica: no parece claro ya que algunas versiones le atribuyen muerte en la hoguera, pero otras afirman que huyendo de los soldados que tenían por orden violarla y ejecutarla, fue abatida a flechazos desde lejos.

Santa Úrsula: (en la imagen) parece que durante la masacre de las vírgenes de Colonia, algunas habían formado un círculo en torno a ella, como para protegerla, pero fue abatida de lejos por un disparo en el corazón. El resto parece que murieron a espada, sin embargo, cuando alguna de ellas es representada individualmente –Santa Odilia, por ejemplo- suelen colocarle la flecha como símbolo del grupo al que pertenece.

Santa Marcela de Quíos: huyendo de su padre, que pretendía violarla, fue herida por varias flechas lanzadas por éste. Debilitada por la pérdida de sangre, fue al fin alcanzada, torturada y asesinada por negarse a los intentos de este hombre sin escrúpulos.

San Teobaldo de Inglaterra, mercedario mártir.
San Raimundo de Blanes, protomártir de la orden mercedaria.
San Pedro Malasanch, mercedario mártir.

Alguna mente perspicaz habrá colegido que no incluyo aquí a la célebre Santa Filomena, que también aparece portando un haz de flechas, ya que según la leyenda se le aplicó este suplicio dos veces, siendo efectivo el daño tan sólo en la primera. El problema es que esta historia, supuesta revelación de la mártir por vía privada es una reconstrucción fantástica de los símbolos mal interpretados de su lápida en las catacumbas. Algo parecido sucede con la niña mártir Santa Grania. Por lo tanto, baste con mencionarlas por la iconografía, pero no se las puede considerar con la seriedad que conviene para las otras mártires mencionadas.

Meldelen

Martyrium: hogueras y hornos

Martyrium: hogueras y hornos

La hoguera o pira siempre ha tenido un simbolismo especial desde antes de la cultura grecorromana. El fuego, elemento mágico y devastador, fue considerado siempre como agente purificador que borraba toda mancha. De ahí que uno de los rituales funerarios más ancestrales sea la incineración. No sabemos cuándo empezó a usarse, tristemente, como medio de ejecución, pero igualmente jugaba como rito de purificación. Se quema al blasfemo, al sacrílego, al hereje; y se ha quemado desde el mundo antiguo hasta nuestros días, siendo especialmente conocida la etapa medieval con su caza de brujas. Al quemar al que ha cometido la falta, se le purifica a él o ella y a la sociedad, que queda limpia de la mancha que ofendía a la divinidad.

Para los paganos, naturalmente, un cristiano era blasfemo y sacrílego, pues aunque les era fácil tolerar otros cultos, no toleraban en cambio que se atentara contra el suyo. Desobedecer un edicto imperial, romper la imagen de un dios, o injuriar el panteón pagano era intolerable profanación política, moral y religiosa para los antiguos. Y muchas veces la forma elegida para expiar dicho sacrilegio era el fuego.

Estamos acostumbrados a contemplar el mártir atado en su estaca en medio de un montón de leña, pero ésta es la modalidad medieval de hoguera. En el mundo antiguo era distinto: se preparaba, en efecto, una pira, o bien elcondenado era forzado a arrojarse a ella, o se le ataba desnudo a cuatro estacas en posición horizontal (brazos y piernas abiertos en X), mirando al cielo, y bajo su espalda se encendía la pira. Muchas veces sólo se empleaba como tortura, por lo que el fuego estaba bien controlado, o se extinguía rápidamente si el condenado aceptaba cumplir el edicto.

Algunas mártires que padecieron este suplicio son:

Santa Anastasia de Roma (en la imagen): también llamada de Sirmio o la Dispensadora de Medicinas (Pharmakolytria), gracias a su caso hemos podido documentar bien la modalidad antigua de hoguera.

Santa Inés: arrojada por la fuerza sobre la pira, en su caso los autores de la passio nos hablan de una milagrosa inoperancia de las llamas –lo cual es recurrente en las leyendas hagiográficas- por lo que se hubo de recurrir al degollamiento. (con todo tengo mis dudas de la validez de su caso, porque si realmente era miembro de la gens Clodia jamás se le hubiese dado muerte infame y dolorosa a la hija de dos ilustres patricios como eran Honorio Plácido y Laurencia.)

Santa Lucía: ocurre lo mismo que en el caso de Inés.

Santas Ágape, Quione e Irene. mártires de Tesalónica, fueron quemadas por no querer comer carne sacrificada a los ídolos.
1 de abril.

Santa Zoe de Roma: colgada de un árbol, se le encendió la hoguera bajo los pies, cuyo humo la asfixió antes de que las llamas la tocasen. Esto se debe a que se usó excrementos como combustible, que desprenden gases letales al quemarse.

Santa Febronia (Trofimena)
: modelo de pira como tortura.

Santa Afra de Augsburgo: su caso es ciertamente interesante, pues siendo sacerdotisa de Venus y habiendo apostatado de ella en pro de la fe cristiana, se entendió que había injuriado a la diosa y fue quemada como sacrílega. Junto con ella, y por la misma causa, Santas Hilaria, su madre; y Digna, Eunomia y Eutropia, sacerdotisas compañeras.

Santa Apolonia: linchada y amenazada con la hoguera, prefirió arrojarse ella misma antes que ser forzada a ello. (Por eso los ortodoxos no la consideran mártir, sino suicida).

Santa Restituta de Túnez: colocada en una barca lubricada con pez, incendiada y abandonada a la deriva en el mar.

Santa Augusta de Serravalle: su padre la hizo colgar de un árbol y le encendió un fuego debajo, que no la dañó.

Santa Juana de Arco.

Existe una variante de la hoguera, el horno, que tenía prácticamente el mismo simbolismo y operancia. Solía encerrarse a la víctima en un horno metalúrgico (y no de pan, que obviamente se destinaba a la producción del alimento). Dado que incineraba cualquier cuerpo en poco rato, para suavizar la brutalidad de este sistema los hagiógrafos también suelen recurrir a milagrosas inoperancias para edificación del lector.

Santa Cristina de Bolsena

Santa Reparata

Santa Dróside: probablemente sea una mártir legendaria, pero la leyenda la hace hija de Trajano, que se arrojó voluntariamente al horno en un descuido de su familia. Poco antes que ella habían sido quemadas las Santas Áglae (o Aglaya), Apolinaria, Mamtusa y Thais.

Santas Calixta y Cristeta: fueron quemadas en la hoguera, aunque por error de interpretación aparecen muchas veces metidas en un caldero.

Aunque muchas veces aparezca representada Santa Eulalia de Mérida portando un hornillo en la mano, no parece que éste fuera su destino, sino que fue quemada con antorchas, lo que ya trataremos en otra ocasión.

Meldelen

También fueron quemados vivos, de diversas maneras y lugares:

Beato Juan Forest, franciscano mártir de Inglaterra, como madera se usaaron las imágenes de la iglesia conventual.
Beato Juan de Prado, franciscano mártir de Marruecos.
San Cesidio Giacomantonio, franciscano martir de China. cuando intentaba proteger de las turbas el Santísimo Sacramento, fue apedreado y, envuelto con un lienzo empapado en petróleo, quemado vivo. 4 de julio
Beata Carmen Moyon, capuchina española: la rociaron con gasolina y le prendieron fuego.
Santos Vicente y Leto
Santa María Lang-Yang
: joven catecúmena china; la quemaron viva con su hijo de siete años, San Pablo Lang-Fu, luego de ser atada a un árbol, ser atravesada repetidamente con una lanza y quedar viva. 16 de julio.
Santa Sara de Antioquía, fue denunciada por ser cristiana, por su propio marido, el senador Sócrates, a las autoridades, que la hicieron quemar viva a ella y a los dos niños.
Santa Justa de Bazzano, quemada viva en un horno.
San Julián de Cesarea, por besar y venerar los cuerpos de los mártires Elías, Jeremías, Isaías, Samuel y Daniel, fue quemado a fuego lento.
Santos Urbano, Teodoro, Menedemo y otros mártires de Nicomedia, fueron metidos en un barco y quemados en alta mar. 5 de septiembre.
Santos Luciano y Marciano de Nicomedia, quemados vivos en hoguera. 26 de octubre.
San Nemesio. 19 de diciembre.
San Plácido. Colgado cabeza abajo. 5 de octubre.
Santos Primo, Feliciano, Concordia, Evidio, Marino y Patrono.
San Tiburcio. Sobrevivió, porque las brasas se convirtieron en flores, al final fue degollado.
San Alejandro de Sicilia, mercedario. 1 de abril.
Santos Teófilo y Eladio, fueron quemados vivos, luego de ser torturados con cascos puntiagudos. 8 de enero.
San Pedro Balsami. 11 de enero.
Santos Fructuoso, Augurio y Eulogio de Tarragona. 20 de enero.
Santos Severiano y Aquila. 23 de enero.
San Eleuterio mártir.
San Francisco de Morales, dominico.
Beato Jerónimo de Angelis, jesuita mártir de Japón.
San Pedro de Bearn, mercedario. 28 de abril.
San Ricardo de Santa Ana, franciscano.
San Abibo de Edesa, diácono. 15 de noviembre.
Santos Cirión, Agatón y Moisés de Alejandría. 14 de febrero.
San Teodoro de Amasea, fue terriblemente azotado y finalmente quemado vivo. 17 de febrero.
Beatos Jorge Kaszyra y Antonio Lesczewicz de Polonia, presbíteros Marianistas, fueron quemados en la ocupación militar durante la guerra. 17 de febrero.
San Policarpo, obispo y mártir, discípulo de San Juan, cuando contaba ya casi noventa años, fue quemado vivo en el anfiteatro de Esmirna, mientras daba gracias a Dios. 23 de febrero.
San Pedro Palatino. 24 de febrero.
San Pionio de Esmirna, sacerdote. 11 de marzo
San Pedro de Nicomedia, era ayudante de cámara de Diocleciano y por lamentar los suplicios de los mártires y manifestar su admiración por ellos, fue detenido, azotes y terminó quemado a fuego en una parrilla. Sus compañeros santos Doroteo y Gorgonio, también esclavos del emperador, sobrevivieron a la parrilla y fueron finalmente estrangulados. 12 de marzo.
San Pablo de Chipre, monje que fue quemado vivo por defender las imágenes frente a los iconoclastas. 17 de marzo
San Anfiano de Cesarea, se enfrentó a golpes con las manos al prefecto Urbano, que obligaba a sacrificar a los dioses, queriendo impedir aquello, le envolvieron en lino empapado de aceite y le prendieron fuego y luego, vivo aún, fue arrojado al mar. 1 de abril.
Santos Mártires de Seleucia, (111 varones y 9 mujeres), por no querer adorar al fuego, fueron quemados vivos.
5 de abril.
San Crescente de Mira. 15 de abril
San Hespero y su esposa Zoe, junto con sus hijos Ciriaco y Teódulo, primero fueron azotados y luego arrojados a un horno. 2 de mayo.
Santa Antonina de Nicea. 4 de mayo.
Santos Casto y Emilio de África. 22 de mayo.
Beato Juan de Prado, franciscano. 24 de mayo.
Santos Domingo Toai y Domingo Huyen, mártires de China, fueron quemados vivos después de ser atormentados en la cárcel, donde alentaban a otros cristianos presos. 5 de junio.
Santos Pedro Dung, Pedro Thuan y Vicente Duong, laicos, mártires de China. Fueron condenados a la hoguera por negarse a pisar una cruz. 6 de junio.
San Vicente de Agen, fue quemado mientras se celebraba una festividad de adoración al sol. 9 de junio.
San Pedro Da, carpintero y sacristán, mártir de Vietnam, luego de varios tormentos fue arrojado a las llamas. 17 de junio.
Beatos Francisco Pacheco, y compañeros jesuitas mártires de Nagasaki.

Ramón

Martyrium: ollas, calderos y sartenes

Martyrium: ollas, calderos y sartenes

En numerosas actas tenemos noticia de un tormento que consistía en introducir a un condenado en calderos, ollas o sartenes con sustancias en su punto de ebullición. Este espantoso sistema es anterior a Roma y parece proceder de Oriente, ya tenemos referencia a él en el Libro de los Macabeos, donde se narra el martirio de una madre –conocida como Santa Salomonia- y sus siete hijos. Luego parece que se mantuvo dentro del régimen romano como sustrato cultural que ya era propio de las provincias orientales.

Lo que hervía en estos recipientes era agua, aceite, u otras sustancias como resina, pez, grasa, o estos elementos formando fórmulas y composiciones. Era un tormento horrible ya que las lesiones que provocaba sólo podían sanar con un tratamiento adecuado que, como ya hemos dicho, no solía tener lugar. La mayoría de veces acababa en la muerte por deshidratación y quemaduras masivas, de modo que rara vez se admite en las actas de los mártires que llegaran a causar daño alguno: los autores recurren a milagros, prodigios u otras intervenciones o señales divinas, así como la inoperancia del tormento, para edificación del lector. Que era mejor que admitir que tormento como éste provocaba la muerte, si no inmediata, al menos en muy poco tiempo. En varios casos se recurría a introducir inmediatamente al condenado en agua fría, con la aviesa intención de aumentar el dolor con el brutal contraste de temperaturas.

Algunas santas mártires que padecieron este tormento son:

Santa Salomonia: nombre que se da a la madre de los Macabeos, y que está incluida en el santoral por considerarse mártir precristiana.
Santas Potamiena y Marcela: hija y madre respectivamente, esclavas, Potamiena se destacó especialmente por pedir ser introducida lentamente en el caldero –“así veréis cuánta paciencia me da mi Señor Jesucristo”- con lo cual su suplicio se prolongó durante tres horas.
Santa Juliana de Nicomedia (en la imagen). 16 de febrero.
Santa Parasceve de Roma (también conocida como Venera y Veneranda por los católicos occidentales).
Santa Regina de Alesia.
Santa Justina de Antioquía (junto con San Cipriano).
Santa Cristina de Bolsena.
Santa Crescencia (junto con su esposo San Modesto y su pupilo San Vito).
Santa Fausta.
Santa Caridad (hermana de Fe y Esperanza e hija de Santa Sofía).
Santa Julita (madre de San Quirce o Quirico).
Santa Régula (con Félix y Exuperancio).
Santos Crispín y Crispiniano: (primero fueron metidos en un caldero de plomo hirviendo, que no les causó daño alguno, aunque una gotita que tocó el ojo de su verdugo, Rictiovarus, le dejó ciego. Luego fueron metidos en una caldera con una mezcla de brea, grasa y aceite, donde no les pasó nada, entonces Rictiovarus, celoso, quiso ver que pasaba y, probarlo también y, claro, como en buena “passio” legendaria que se precie, terminó asado por idiota).
San Juan Evangelista: En un caldero de aceite hirviendo. (No murió de ello, sino que le vino bien para morir anciano. Antes se celebraba esta fiesta con el nombre "San Juan ante portam latinam").
Santa Lidia de Roma: esposa del senador Fileto, a la que metieron en un caldero de aceite hirviendo. (Aunque esto es dudoso, ya sabemos que la clase senatorial podía hasta elegir la forma en que quería morir, no creo que eligieran eso).

San Eleuterio y su madre Santa Antia.
Santos Jonás y Baraquiso
, sobrevivieron a una de pez hirviente.
San Bonifacio de Tarso. Le metieron en una calera de pez hirviendo, pero la caldera se derritió, se quemaron los verdugos y el santo salió ileso.

El caso de Santa Cecilia, que muchas veces aparece representada dentro de un caldero de agua hirviendo, es rotundamente falso: como miembro de la gens Metela, una de las familias patricias más encumbradas de Roma, estaba totalmente exenta de cualquier tortura por su dignidad de matrona. A lo que fue sentenciada es a morir asfixiada en los vapores de su baño, que es muy distinto, pero ha sido malinterpretado como ser escaldada en agua hirviendo. Tampoco es válido el caso de las hermanas mártires Santa Calixta y Santa Cristeta, que fueron quemadas en la hoguera, aunque por error de interpretación aparecen muchas veces metidas en un caldero.

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Martyrium: la crucifixión

Martyrium: la crucifixión

Sobradamente conocida en la cultura cristiana por ser éste el método de ejecución de Jesucristo, probablemente se encuentre entre una de las formas más crueles de morir. Este sistema de ejecución no es de origen romano, lo tenemos documentado por primera vez en Cartago, siendo el modo de castigo que los generales púnicos empleaban con los soldados insubordinados. Debió causar gran impacto en los romanos porque lo tomaron para sí una vez destruida Cartago.

La crucifixión consiste en clavar una estaca vertical, a menudo reforzada y apuntalada por otras estacas y cuerdas, en el suelo. Luego, el condenado era conducido hasta ella cargando sobre sus propios hombros la estaca horizontal (patibulum) que ya llevaba fijada a los brazos mediante cuerdas. Se le izaba hasta la parte superior de la estaca vertical y a continuación se le amarraba a la misma. Esto significa que las cruces no estaban hechas de una sola pieza ni se cargaban a la espalda como solemos ver en los Calvarios; porque hubiera sido totalmente imposible pretender que un reo famélico o torturado, hombre, mujer o niño, pudiese llevar semejante peso. Esas imágenes se deben a una distorsión histórica por la mala interpretación de los hechos reales. De igual modo, rara vez se recurría al uso de clavos para fijar el condenado a las estacas, porque solía bastar con las cuerdas; sin embargo, si se usaban clavos, éstos se insertaban en las articulaciones de las muñecas y de los tobillos, y nunca en las palmas de las manos ni los empeines de los pies, porque ningún cuerpo se hubiese podido sostener así. Todo esto está fuera de toda discusión y ha sido demostrado por la historia, la ciencia, y aceptado sin ningún problema por la Iglesia.

La muerte se producía por asfixia, debido a la extrema dificultad de insuflar aire y hacer funcionar bien el diafragma en esa postura, y por tanto era una muerte lenta y espantosa que podía prolongarse durante días. Además, tenía diversos inconvenientes añadidos, la exposición del cuerpo desnudo al sol, al viento y al frío durante horas, las burlas del populacho y la consiguiente deshidratación. Si la muerte tardaba en llegar más de lo previsto, se le rompía las piernas al condenado a golpes de maza (como se hizo con Dimas y Gestas, compañeros de crucifixión de Jesús) para privar del escaso apoyo que aún proporcionaban éstas y acelerar el ahogamiento. Siendo una muerte infame y vergonzosa, estaba reservada a esclavos, a asesinos y a soldados desobedientes, nunca a quien gozaba de la ciudadanía romana. Un romano no podía concebir muerte más patética que ésta, de ahí la incomprensión del dogma cristiano. Las cruces también se colocaban en los anfiteatros, pero no solía ser un espectáculo muy entretenido dada la lentitud con que sobrevenía la muerte, se prefería colocar cruces bajas que las fieras pudieran alcanzar. Era frecuente que se adornaran los cuerpos de los condenados con guirnaldas de flores, y no para hacer bonito, sino para eclipsar con su perfume el hedor que despedían debido a las largas estancias en cárceles sin medidas sanitarias ni higiénicas.

Mártires que murieron con este tormento –pensado como ejecución, por lo general nadie era enviado a la cruz para ser descendido con vida- hay muchos, aquí una relación de las santas que lo padecieron, y que iconográficamente son fácilmente confundibles entre sí:

Santa Julia de Córcega (en la imagen)
Santa Liberata
Santa Maura de Tebaida: ella y su esposo San Timoteo tardaron diez días en morir
Santa Blandina: fue crucificada en la arena y expuesta a un toro, pero como el animal no mostró interés por ella hubieron de desclavarla y reservar su ejecución para otro día.
Santa Eulalia de Barcelona: no está muy claro su caso, pues se nos dice en efecto que murió crucificada, pero lo que la mayoría de representaciones nos dan a entender es que murió en el ecúleo, y este instrumento no se incluiría dentro de lo que normalmente se entiende por cruz. La crucifixión en el ecúleo o cruz de San Andrés es algo que merece ser tratado en un artículo aparte.
Santa Ketevan: fue crucificada en un árbol, recurso que se solía emplear cuando no se disponía del material típico de una cruz.
Santa Gudelia
Santa Gaudencia: no está confirmado, pero dado que algunas imágenes suyas la representan portando una gran cruz, es posible que muriese crucificada.

La mártir conocida como Santa Wilgefortis no debe ser considerada, porque no se trata de una figura real, sino legendaria, creada a partir de una malinterpretación del Volto Santo de Lucca, que en realidad es un Cristo vestido con túnica. Asimismo, no se debe interpretar que todas las figuras que portan una cruz significa que haya habido crucifixión, excepciones claras las constituyen Santa Helena emperatriz y Santa Margarita de Antioquía. Y por supuesto, existe infinidad de mártires crucificados de los que nunca sabremos el nombre, entre ellos los caídos en la persecución de Nerón.

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Martyrium: la flagelación

Martyrium: la flagelación

La flagelación sí fue uno de los métodos de tortura más preferidos por el régimen romano, aunque es anterior a él, y también posterior, pues fue muy empleado durante la Edad Media y Moderna y ha seguido usándose hasta la actualidad, especialmente por los regímenes islámicos más integristas. Y por supuesto, como mecanismo autoimpuesto de penitencia, aunque esta variante es, naturalmente, mucho menos cruenta que la pena impuesta.

En la época romana existían diversas modalidades de flagelación, un tormento bastante subestimado cuyo horror difícilmente podemos imaginar, y que fue calificado por el mismo Cicerón como "la segunda muerte". De los instrumentos empleados, los romanos distinguían el flagrum, que estaba formado por diversas correas acabadas en bolas de plomo, también se le llamaba plumbea y al tormento suplicia plumbea, que en los primeros golpes provocaba grandes abcesos y moratones, y en los últimos solía reventarlos, amén de romper huesos finos, como las costillas, con pasmosa facilidad. Más terrible que esto era el flagellum, que da nombre al tormento en sí, hecho con nervios de toro, muy flexibles y elásticos, acabados en ruedecillas de metal llenas de pinchos y trocitos de cristal que cortaban y desgarraban la carne. Lo usual era combinar ambos tipos de instrumentos y solía ser la primera pena sufrida por un condenado. El número de azotes estaba contado según orden del magistrado y no se daba ni uno más ni uno menos de lo estrictamente dispuesto, así como también estaba terminantemente prohibido apuntar al rostro, porque podía mutilar, pero se apuntaba sin ningún problema a nalgas, genitales y, en caso de mujeres, a los pechos.

Había otras modalidades, como la flagelación con varas o vergas (facies) que eran flexibles varillas de madera que no causaban mucha lesión pero sí un insoportable dolor. El uso de escorpiones, o azotes terminados en cuchillas y ganchos, era menos usual en ámbito romano pero lo tenemos documentado en el caso de Catalina de Alejandría. Finalmente, el famoso látigo de piel de toro o hipopótamo, que desprendía finamente la piel al primer golpe, es más propio de la zona oriental del Imperio y se documenta en época islámica hasta muy avanzada la Edad Moderna.

El tormento es mucho peor de lo que parece y podía matar, y de hecho mataba -lenta y dolorosamente- si no se ponía un límite. Es imposible hacer una lista de todos los mártires que lo padecieron porque se aplicó por sistema a la práctica totalidad de todos ellos (de hecho, era el único tormento que podía sufrir un ciudadano romano, ahí está el caso de San Pablo); pero sí podemos realizar, al menos, una lista de todas las mártires que murieron a consecuencia de ese tormento, porque se dispuso que así debían ser ejecutadas. Son, entre otras:

Santa Bibiana
(en la imagen). 2 de diciembre.
Santa Concordia
Santa Leocadia: no murió inmediatamente, pero recluida en cárcel la infección de las heridas acabó pronto con ella.
Santa Mustiola: en su caso, se le ofreció parar los golpes una vez pronunciara su conformidad de sacrificar a los dioses, pero como no se dio tal pronunciamento, murió en medio del tormento. 9 de diciembre
Santa Agripina.
23 de junio
Santa Poseidonia.

Para efectuar la flagelación se inmovilizaba a la persona sentenciada atándola a una columna baja, desnuda y en público, por considerarse un castigo ejemplar. Era muy frecuente en el ejército, particularmente la modalidad del apaleamiento, para castigar la desobediencia o la insubordinación. Y aun después de que la persona azotada dejara de manifestar signos de vida, se le atravesaba el corazón con una daga -como sabemos del caso de Santa Bibiana- para cerciorarse de su muerte definitiva y no cometer el error y la impiedad de enterrar a alguien vivo. Se podía sobrevivir a la flagelación siempre que se garantizaran unas mínimas condiciones curativas e higiénicas, pero dado que éstas brillaban por su ausencia en las cárceles -salvo orden expresa del magistrado- era muy fácil morir por infección y hemorragias, como sucedió con Santa Leocadia.

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Otros que lo padecieron, en diversas ciscunstancias, algunos muriendo en ello:

Santas Reparata y Benita. La modalidad de azotes con bolas de púas. 8 de octubre.
San Ponciano. Fue azotado con varas y finalmente degollado. 19 de enero.
San Mayórico, hijo de Santa Dionisia. Le arrancaron la piel a base de azotes. 6 de diciembre.
San Juan Yi Yun-il, mártir de Corea, fue bárbaramente azotado antes de descoyuntarlo. 21 de enero.
Santos Gorgonio y Doroteo, flagelados hasta expirar, antes de otros tormentos. 9 de septiembre.
Santos Julián y Euno de Alejandría, azotados hasta la muerte mientras eran paseados atados a un camello, como escarnio. 27 de febrero.
Santos Majencio y Leandro, azotados con varas. 12 de diciembre.
San Celerino de Cartago. 3 de febrero.
San Teodoro de Amasea, fue terriblemente azotado y finalmente quemado vivo. 17 de febrero.
San Pedro Yu Chong-nyul, mártir de Pyongyang, mientras leía las escrituras a los cristianos escondidos, congregados fue azotado hasta la muerte. 17 de febrero.
Santos mártires de Tiro (no se conservan los nombres), azotados, expuestos desnudos a las fieras, y  finalmente degollados en el 303. 20 de febrero.
San Lorenzo Bai Xiaoman de Xilianxian, China, obrero mártir, luego de ser azotado lo degollaron. 25 de febrero
San Augusto Chapdelaine, recibió trescientos azotes, luego lo metieron en un minúsculo agujero y terminó degollado. 28 de febrero.
Santos Marcos Chng Ui-ba y Alejo U Se-yong, mártires de Corea, fueron azotados hasta desangrarse y dejados morir así. 11 de marzo.
San Raimundo Li Quanzhen, mártir de China. Fue llevado a un templo y obligado a venerar alos dioses, como se negó, fue azotado hasta morir. 30 de junio.

Y añado a algunos que fueron apaleados, que no son azotes propiamente dichos, pero al fin y al cabo, golpes:

San Luciano, obispo. 19 de octubre.
San Arnaldo Arench, mercedario. 1 de junio.
San Pablo Ho Hyob, soldado mártir de Corea. Siendo apaleado, apostató de la fe, pero luego, arrepentido, se presentó ante el juez confirmando su fe en Cristo, por lo que fue encarcelado de nuevo, y falleció a causa de un nuevo apaleamiento. 30 de enero.
Beato Didaco Ortiz, agustino. Primero le destrozaron la boca y mandíbula, por tres cadenas que habían prendido en sus labios, para no que no predicara, luego murió mientras lo apaleaban.
San Jacinto. 3 de julio
San José Fernández, dominico mártir de China, apaleado por no querer pisar la cruz. 24 de noviembre.
San Lorenzo de Novara, fue apaleado junto a muchos niños, mientras se preparaba bautizarlos. 30 de abril.
San Metrobio de Malesco, fue apaleado y quemado, pero sobrevivió, luego fue decapitado.
San Reinaldo de Colonia, monje. 9 de febrero.
San Virgilio de Trento, obispo. Fue muerto a palos. 25 de junio.
Santos Liberato, Bonifacio, Servo, Rústico, Rogato, Septimio, y el niño Máximo, mártires de Cartago. Mientras eran clavados a los maderos con los que les quemarían les rompieron las cabezas a golpes de remo. 2 de julio.

Ramón